―Este lugar… es… ―hice una pausa, cosa de tomar el aire suficiente para lo que venía:― ¡¡ASOMBROSO!!
Los Pidgeys cercanos salieron volando del susto que les había proporcionado el grito, y las personas que lo escucharon no tardaron en voltear a ver a la culpable. Claro que para ese momento la susodicha estaba demasiado ocupada caminando por la ciudad con estrellitas en los ojos y admirando el paisaje como para darse cuenta.
Así que, ¿ves a la rubia que anda como una pardilla chocándose con la gente porque está demasiado embelesada con la ciudad?... Pues sí, esa soy yo.
Ya, no es que no hubiese visto edificios altos y parques con fuentes decorativas antes, pero el simple hecho de que fuera en una región diferente ya le daba un toque especial. Además, luego de haber pasado varias horas ―una eternidad, según mi reloj interno― en el barco, recibiendo a niños y adultos varios que entraban sin avisar en busca de un combate pokémon ―que no les podía ofrecer, siendo que no tenía ninguno―, cualquier cosa fuera de esa mole metálica me parecía maravillosa. Nada más fue oír el aviso de que ya el ferry había llegado a su destino para salir pitando de allí primero que nadie.
Lo que nos lleva al momento actual. Ahí estaba, ataviada con mi vestido rojo y sosteniendo mi mochila, admirando la Ciudad Provento ―que así se llamaba, según le había oído a la mujer de la megafonía―. De haber prestado más atención, quizás le habría encontrado parecido con Ciudad Trigal, pero no estaba como para percatarme de esos detalles sin importancia.
―A ver a veeeer… ―después de gastar memoria de mi cámara (que colgaba de mi cuello, en plan collar), descolgué la mochila de mi hombro y busqué el mapa de la ciudad que habían repartido a todos los pasajeros a la salida del ferry. Una vez ubiqué dónde me encontraba, emprendí mi camino hacia la Casa Oficial de Coordinación, donde comenzaría oficialmente mi carrera como coordinadora. Si es que no me perdía entre la multitud, claro está.
Off: ¡A la Casa de Coordinación!